Tramo Once

Es el Balcon des del que me asomo para dar fe de mis memorias cofrades

sábado, 7 de enero de 2012

Nace el año en San Lorenzo

La última hoja del calendario del año sevillano se arranca cuando la convocatoria del quinario del Señor del Gran Poder se pega sobre las de la Esperanza o la Virgen de Loreto. Porque en el calendario de la ciudad la hoja de enero es la convocatoria del quinario del Gran Poder, la primera, la de la novena de Pasión o la del quinario del Señor de las Penas de San Roque; como la de febrero es la cabeza dibujada de la convocatoria del Calvario o los nazarenos blancos de la orla de la del septenario de la Amargura; y la de marzo, antes que nada, la del besapié de Jesús Nazareno… Así hasta llegar a esa última hoja que son las convocatorias de la Esperanza o de Loreto.



¿En otros sitios el año nace en la Puerta del Sol, Trafalgar Square, Piazza del Popolo o Times Square, entre fiestas y ruidos. Aquí nace en San Lorenzo, en un silencio antiguo sólo roto por el roce de las hojas secas en los grandes árboles de la plaza y el piar de los pájaros que anuncian la llegada de la primera mañana de enero. Porque el año nuevo más hondamente sevillano no nace en la medianoche, sino en la mañana del día uno, cuando vamos a San Lorenzo a pedirle al Señor que no nos deje de su mano en la travesía del nuevo año; o en la noche de ese primer día cuando, al desembocar desde Conde de Barajas, Eslava, Cardenal Spínola o Juan Rabadán, la plaza parece bordada por Ojeda, sonar a coplas de Torres y de Eslava, oler a incienso y estar alumbrada por las quietas llamas de los candeleros dispuestos para el primero –en fecha e importancia- de los quinarios, alfa del tiempo grande de Sevilla que en esta misma plaza, tres meses más tarde, tendrá su omega en el besamanos y la salida del Señor.


El Gran Poder desborda siempre. Se sale de su paso, lo aplasta con su fuerte zancada, hace invisible su belleza. Parece a punto de romper el cíngulo que le amarra en su besamanos para vendar los corazones heridos. A duras penas puede contener su fiera ternura el altar que lo cobija. Rebosa su santa madera por la ventana que tan sabiamente la hermandad dispuso para que estuviera en perpetuo besapié. Convierte la plaza en atrio de su basílica, las calles que llevan a ella en caminos de peregrinos, la colma de sus devotos cada viernes, hace correr por ella el largo río de devoción que nace de la fuente de sus manos desde el Domingo de Ramos hasta el Martes Santo, la inunda con su resplandor cuando en la noche del seis de enero se abren de par en par las puertas de la basílica como se desgarró el velo del templo, para que ya todo sea sagrado, y la llena de sí mismo en la Madrugada. Todo empieza y todo acaba aquí, donde nada muere porque se muestra en efigie Aquel ante quien todos viven. Por eso se puede decir sin abuso que el año sevillano nace allí donde dentro de tres meses, en la "Madrugá" de abril, nacerá su Semana Santa cuando el peso de Dios haga temblar el suelo de Sevilla. En San Lorenzo.

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