Tramo Once

Es el Balcon des del que me asomo para dar fe de mis memorias cofrades

lunes, 28 de mayo de 2012

La Semana Santa del hospital



Cofradías por la calle, esplendoroso Lunes Santo que de apenas nada ha pasado a ser uno de los días más granados. Gloria de Jerusalén conquistada, de Jerusalén liberada, la Virgen del Museo mirando arriba, a los recuerdos, el silencio de las hermandad de Santa Marta haciendo clásico lo que mirado en el espejo de la historia de la ciudad tan nuevo es... Yo me acuerdo ahora, lector, de una frase que me dijo una tarde de Viernes Santo mi abuelo Manolo sentados los dos en un velador del Sardinero
-- Mario, este año he comprendido que la mayor penitencia es no poder salir a ver las cofradías, eso sí que es penitencia, más que ir descalzo con una cruz detrás de un paso
Hace uno dias cuando mi amigo Antonio me comento un proyecto de la Hermandad para los mallores, pensé en la penitencia de los ancianos y  enfermos . Un hombre querido estaba en el hospital, y sabíamos que tenía sacada papeleta de sitio para el inexorable paso de La Canina, en cuyo cuerpo de nazarenos estamos todos apuntados. ¿Conocen la Semana Santa de los hospitales de Sevilla, ? Esa sí que es la otra cara, tan desconocida de la Semana Santa. En el pasillo, suena una radio con una marcha, que alguien pone bajita, para no molestar. Pero suena. Y nos va diciendo que fuera, en la vida, en la Salud, existe la primavera, está ausente el dolor, no hay lágrimas, Sevilla como nueva Jerusalén del Apocalipsis, ataviada como una novia de naranjos en flor y de incienso por las esquinas... El enfermo, en los relojes blandos de la cera del dolor, quizá pregunta:
--- ¿Hoy es Lunes Santo o es Martes Santo, hoy no es cuando sale el Baratillo?
--- No, abuelo, el Baratillo sale pasado mañana...
--- Ah, ya...
Y se hace de nuevo el silencio en aquel cuarto del hospital. Desde el pasillo, desde el cuarto de las enfermeras, suena quizá ahora un televisor que está retransmitiendo la entrada de un paso de palio en La Campana. Estrella Sublime. No hay estrellas en el cielo de luces apagadas de esta habitación. Aquí sí que hay una cofradía de penitencia, en silencio, apenas roto por esa radio de las marchas, por ese lejano televisor de la entrada de un palio en La Campana. Aquí, en estos otros silencios de la Semana Santa, en estas otras penitencias de la Semana Santa, sí que es todo como una larga madrugada. Entran las batas blancas como recuerdos de túnicas de nazarenos de La Cena, de San Gonzalo, de esas cofradías de barrio que este hombre querido no verá este año.
Y es entonces cuando el acompañante del enfermo de la otra cama nos habla de las hondas Semanas Santas de los pueblos:
--- Tiene que venir usted un año a ver la Vera Cruz y la Soledad, aquello si que es bonito, nosotros somos mucho de la Soledad...
Soledad de cuarto de hospital, lentos los días de la Semana, sin olor a garrapiñadas, más que el humo del caldo que se adivina llegar por los pasillos. Aquí no hay espinacas con garbanzos de vigilia ni bacalao con tomate. Y hasta se nota cuando van llegando los días grandes. Es siempre Jueves por la tarde cuando, sin saber cómo, al silencio penitente del pasillo del hospital llega un niño vestido de nazareno. Túnica de capa. Nazareno de Los Gitanos, nazareno de la Esperanza de Triana, nazareno de la Macarena...
--- Es que viene para que su abuelo, como todos los años, lo vea vestido de nazareno...
--- Abuelo, toma un caramelo, no veas la cantidad de ellos que me ha comprado la tita...
Y en el televisor del cuarto de las enfermeras, Campana del dolor y los silencios, sigue entrando triunfalmente un palio en la Campana. Cuando estéis en la gloria de unas bambalinas que suenan, pensad, sevillanos, en estos silencios del inmenso dolor de la penitencia de no poder ver la proclamación de la gloria en la ciudad...

martes, 22 de mayo de 2012

La fugacidad de la Macarena



¿Vio Juan Ramón Jiménez alguna vez a la Macarena? Cuando en la Madrugada de los ritos la veo ir llegando por la Resolana a dar la revirá de los Altos Colegios, me acuerdo siempre de aquellos versos juanramonianos y se los digo como una difícil oración civil: "Vino primero pura, vestida de inocencia, y la amé como un niño..." ¿O es la Macarena el soneto de Quevedo a Roma, entre bambalinas y cirios verdes? "Lo fugitivo permanece y duda"... Da la Macarena la revirá de los Altos Colegios y la espera ese largo túnel de la penumbra de la calle Anchalaferia, el capataz con las agujas que tiene el reloj clavadas como una espada de Damocles que lo amenaza si no está a su hora en la Campana, y pasa la Macarena. Pasa la Macarena se llama la vieja marcha de recuerdos de la coronación, de mañanas de saetas de La Marta y de humo de los calentitos de los armaos del Melli. Pasa la Macarena y, Quevedo, solamente lo fugitivo permanece y dura. En la ciudad de las arquitecturas efímeras, el instante de gracia, el relámpago de perfección de ese instante, un solo instante, que nos dura la presencia de la Macarena, el perfil de la Macarena.



Que de frente y de perfil... decía la vieja saeta de la Esperanza. Tres cuartos de perfil para la fugacidad. ¿Quién puede ver de frente a la Macarena en la calle? Acaso el capataz, acaso el hermano mayor con su vara dorada, acaso los viejos macarenos de los cirios verdes y el raído terciopelo del capirote. Todos vemos a la Macarena de perfil, porque la Macarena está hecha para la fugacidad de una contemplación lateral. Este año, el día de la Esperanza, me fui a la basílica a la hora en que no hay nadie en el besamanos de la Virgen. A la hora del almuerzo. En la iglesia vacía, podías irte paseando en un ángulo de 180 grados sin dejar de mirar a la Virgen y sin que bulla alguna te molestara. En esa soledad de la hora del almuerzo del 18 de diciembre podemos ver de cerca esta maravilla que ahora pasa de lejos. Aunque la Esperanza es una Mujer a la que es muy difícil aguantarle la mirada, de la fuerza que tiene, allí, en el besamanos, puedes irla mirando desde un lado a otro de su cara, si te vas avanzando lentamente por el crucero, delante de donde Ella está, poderosa, con el manto arrastrando sobre los escalones del presbiterio,y con el sillón de la Virgen

de los Reyes en su versión macarena al fondo.

Observas entonces lo que ahora no puedes apenas contemplar, en la fugacidad del amanecer, tras el primer sol, tras el recuerdo de aquellos pañuelos blancos por una saeta del señor Manuel Torre. Que diga lo que diga la saeta, la Virgen es más guapa de perfil que de frente. Y que, como todas las mujeres entre las que es Bendita, tiene mejor un perfil que el otro. La Macarena, siendo la perfección, tiene más bello el perfil izquierdo que el derecho. Será para irnos diciendo que hay que verla desde la acera de la plaza de la calle Feria donde se ponen las mujeres de los armaos, será para decirnos que hay que verla desde Las Siete Puertas cuando va, poderosa, hacia las columnas de Hércules para refundar la ciudad de la madrugada. Será para irnos diciendo que hay que verla desde delante del escaparate de los nazarenitos de Ochoa, desde las sillas de la esquina de la Punta del Diamante, desde el Bar Gonzalo, desde Los Caminos, desde la puerta del zaguán romano de la casa del Conde de Lebrija, desde el Archivo de Protocolos, desde casa de Pavón.

Pasa la Macarena, y la gente del barrio se queja, hijo, Antonio Santiago, qué ligera lleváis a la Esperanza, a ver si le dices algo al hermano mayor, porque a esto no hay derecho... No hay derecho, ni izquierdo en los perfiles, no hay busto imperial en la visión frontal. En esta fugacidad tiene la Esperanza su grandeza. Tened alados los pies de vuestras alpargatas, costaleros de la Esperanza, para que nunca nos falte el efímero gozo de esta fugacidad de la eterna perfección de la Macarena.