Y les diré la razón de esta inferioridad que te da ante el papel blanco la emoción. Poco pueden significar unas palabras escritas, un trozo de la inventada Sevilla de las palabras, cuando quienes me leen van a ver dentro de unas horas la otra norma de la Esperanza de Triana, o van a escuchar el Silencio, que esto de escuchar el Silencio es San Juan de la Cruz puro con música de capilla a lo largo de la noche oscura en que más luz tiene el alma de Sevilla. Nos preparamos para un sentimiento renovado, y es que esta tarde, y sobre todo esta noche, los sevillanos finos y fríos nunca acabaremos de creernos que es verdad todo cuanto estamos viendo. La verdadera fe de Sevilla, cimentada sobre la duda de un pueblo guasón, es creer que es verdad tanta belleza junta. Como es verdad cuanto los sevillanos intuimos, pero que ahora me voy a atrever a descifrar: la absoluta superioridad de la Macarena. Es inexacto llamar a Sevilla la tierra de María Santísima. Porque María Santísima, que tiene aquí muchos nombres propios, tiene un nombre supremo, una sonrisa de dolor, un llanto de alegría, un perfil nuevo a cada instante, la suprema gracia, y ese nombre es Macarena.
Si algo tiene la Semana Santa es que el pueblo arrolla. Los capillitas han estado por ahí figurando todo el año. En la Semana Santa se acaban los figurones. Sale un paso a la calle y no manda ni la Mitra, ni el consejero de Cofradías, ni el hermano mayor, ni la Junta de Gobierno. Y a todas las cofradías que arrollan con el pueblo todos los esquemas de poder las arrolla, a su vez, la Macarena. El viento es huracán. Incluso al propio pueblo que en Semana Santa arrolla y borra los grandes pecados de la ciudad, los propios pecados de las cofradías, borra las vanidades, borra las soberbias; a ese propio pueblo lo arrolla, a su vez, la Macarena. Ved esta madrugada la delantera del paso, el imperio de la gloria del nombre de Sevilla sobre la candelería y los tréboles de esmeraldas de Joselito el Gallo. Arrollando.
Porque la Macarena quizá sea la propia idea divinizada de Sevilla que todos tenemos. A Sevilla podemos verle, idealizada, Tierra Fecundada, Madre de Deidades, la cara. Esa cara de Sevilla es la cara de la Macarena, en la que ponemos todas nuestras complacencias. El pueblo, por delante arrollando, borró todos los pecados de Sevilla. Detrás de la candelería dejó sólo a Sevilla hecha perfección. Sevilla se miró a sí misma, Narciso en el espejo del río, y al ver que tanta belleza no podía ser humana le puso de nombre Macarena. Y la hizo, se hizo a sí misma, Madre de Dios.
Y esto, que puede sonar a herejía, pero que es evangelio puro escrito por la fe en la duda del pueblo de Sevilla, es lo que todos saben y nadie decir suele. Lo escuché la otra noche, en un concilio de sevillanía, ante unos vasos de tinto, sobre unos papelones de "pescao" frito. . ..!COMO TU NINGUNA ¡.,
Tarde de Jueves Santo 2000.